Comentario
El ordenamiento social que Roma instaura en las provincias hispanas provoca la desarticulación de las sociedades indígenas, que en las zonas más afectadas por el impacto de las colonizaciones griegas y fenicio-púnicas se realiza mediante su adaptación a las peculiaridades de la sociedad romana. Las transformaciones sociales que se introducen se efectúan en un marco esencialmente urbano con excepciones que están constituidas por la proyección que la esclavitud posee en las explotaciones mineras. De ahí que el área fundamentalmente afectada en la Península Ibérica coincida con aquella donde se proyecta el proceso de urbanización y su concreción en colonias y municipios.
La menor intensidad que el proceso urbano tiene en el norte de la Península tiene su correspondencia en el ámbito social en la subsistencia durante el período altoimperial de sistemas y relaciones sociales ajenos al mundo romano, que se articulan esencialmente en función de los lazos de sangre y de parentesco en organizaciones a las que conocemos actualmente como suprafamiliares. Sus distintos niveles permiten diferenciar entre el básico de la familia, el intermedio de la gentilitas que agrupa a varias familias, y el superior de la gens que integra a varias unidades intermedias.
La documentación epigráfica constata su persistencia en las zonas septentrionales más alejadas de la articulación administrativa romana, especialmente en el contenido de determinadas tablas de hospitalidad, que implican el establecimiento del hospitium entre distintas organizaciones suprafamiliares. Entre estos documentos se encuentra El pacto de los zoelas, gens perteneciente a los astures, donde se recogen dos acuerdos de hospitalidad; el primero se data en el 27 d.C. y se realiza entre las gentilitates de los Desonci y de los Tridiavi; en el segundo, procedente del 152 d.C., se renueva el pacto anterior y se amplia a individuos de otras gentes.
La persistencia del ordenamiento social indígena constituye el referente de otras manifestaciones del mismo carácter, que pueden observarse en la onomástica, en sus divinidades, en su poblamiento e incluso en sus actividades económicas. En este último sentido, la política romana impulsora de procesos de sedentarización en la llanura no evita el mantenimiento de formas de vida seminómadas, que se aprecian concretamente entre los vadinienses.